La
imagen de Sidney, multiplicada y desdoblada al infinito en el espejo deformante
de los folletos tur�sticos, es de una ciudad luminosa, la hija predilecta
de la mar, que la ba�a con sus aguas cer�leas y la refresca con sus brisas,
depuradas tras una larga traves�a sobre las vastedades del Pac�fico. Ni m�s
ni menos que una perla engastada entre el azul zafiro del litoral y el verde
esmeralda de la vertiente este de las emblem�ticas Monta�as Azules.
La realidad, por supuesto, es muy distinta. Sidney es
una metr�poli de cuatro millones de habitantes, con una extensi�n de casi
cien kil�metros de este a oeste, y unos ciento veinte de norte a sur. Es un
gran centro comercial e industrial con oficinas, f�bricas, y los problemas
urbanos de siempre: contaminaci�n, especulaci�n, precios y alquileres altos,
tr�fico demencial, una creciente delincuencia y falta de espacio.
Sin embargo, el puerto de la ciudad y su mar conforman
un l�mite inapelable e infranqueable a la rapacidad de los constructores,
y cualquiera que se siente cansado de cemento y rascacielos puede acercarse
a la orilla para contemplar sus grandes y luminosos espacios abiertos. El
gran patrimonio de Sidney, por encima de los parques y museos, del puente,
las regatas y la casa de la �pera, es sin duda su horizonte. En la p�lida
luz de un despejado� y ventoso amanecer
de mayo, cuando desde uno de los cantiles de arenisca que caracterizan esta
costa, el madrugador contempla el paso de las ballenas en su migraci�n anual
al Mar de Coral, le resulta dif�cil creer que haya millones de personas durmiendo
a sus espaldas.� S�lo existen las gaviotas,
los suspiros de la resaca y all�, a un kil�metro mar adentro, los brumosos
surtidores lanzados sobre el terciopelo oscuro de la mar, barrida y suavizada
por el viento terral. Es �nicamente la presencia de otro leviat�n -un gran
buque mercante, navegando casi debajo del horizonte y con las luces a�n encendidas-
que rompe la ilusi�n.
En fin, la especialidad de toda ciudad que se precie
es romper ilusiones, y en este cuentito del genial �Larry�,� entrevemos otro tipo de vida, una de marginaci�n
y fracasos: la de los chicos de provincias que vienen a la ciudad buscando
mejorar su suerte, y que muchas, demasiadas veces, caen en las garras de la
droga, la delincuencia y la prostituci�n. Como en cualquier otra urbe, hay
aqu� una cantidad ingente de personas que se encuentran en los limites de
la pobreza, muchos sin techo; son condiciones que propician la depresi�n,
los comportamientos antisociales y el crimen, y la sociedad est� reaccionando
con medidas cada vez m�s fuertes, y las cartas a los peri�dicos exigen m�s
polic�as, mayores penas, m�s c�rceles... En el clima de miedo y revanchismo
que parece haberse establecido en las democracias occidentales, una biopsia
objetiva como �sta que hace �Larry�, induce a pensar en prevenir contra el
c�ncer en lugar de hacer caso omiso a sus inicios para extirparlo despiadadamente
una vez establecido.
No tenemos muchos detalles sobre �Larry�, pero sabemos que
es un viejo lobo de mar quien, como varios cientos de miles de mis paisanos,
practica el surfing.
A diario nos informa acerca del estado de las olas a trav�s de www.realsurf.com, y cuando las condiciones
faltan nos entretiene con sus peque�os cuentos (�Larry Stories�) en torno
a vidas vividas al son de los impredecibles ritmos de la mar. Nunca juzga:
se limita a contar, y es muy partidario de esa filosof�a que dice �lo bueno,
si breve, dos veces bueno�. Si no fuera surfista, quiz�s hubiera alcanzado
m�s reconocimiento, pero incluso aqu� en Australia, donde el surf es
casi deporte de masas, practicado por m�dicos y abogados (hay incluso un magistrado
del Tribunal Nacional que fue surfer en su juventud) andar con una
tabla constituye para muchos una tacha. Y cuando los dem�s no lo menosprecian,
lo trivializan, pues �ltimamente, y para m�s inri, los surfistas hemos tenido
que presenciar la corrupci�n del verbo surfear, que ha venido a significar,
para la gran mayor�a, pasar horas est�riles buscando placeres ef�meros en
internet. Si estaba bien para un intelectual como Albert Camus ser apasionado
del f�tbol, la pasi�n de un escritor como Tim Winton por el surf es todav�a
considerada una divertida y entra�able excentricidad.
Es una l�stima que el surfing sea tan mal visto, porque
aporta much�simo al disfrute de la vida, tanto en cuanto a sano y emocionante
ejercicio fisico, como en privilegiado espacio para la contemplaci�n. Entre
ola y ola, en las horas pasadas en paciente espera sobre la tabla, envueltos
y mecidos en el salado fluido amni�tico que nutre a nuestro planeta, los surfistas
podemos ver las cosas desde una perspectiva muy distinta. Bien lo sabe �Larry�.
V. Stevenson, noviembre 2002.
�Larry� (P.L. Bowes):
(T�tulo original en ingl�s: Getting in and Getting out.
� �Larry� / P.L. Bowes, 2000.
De la collecci�n Larry Stories, publicada en http://www.realsurf.com/larry)
El plan, 1�� fase:
-
Oye, �y c�mo entro?
-
Espera a que un coche entre por la cochera; la puerta es una de esas
autom�ticas, as� que tardar� un rato en cerrarse. Y entonces te cuelas t�, te
metes por la puerta lateral y te vas a la mezanine.
-
�Y qu� hostias es una mezanine?
-
Es la parte donde est�n los ascensores. Cuando est�s all�, el edificio es tuyo.
Pan comido.
Michael (�Mick�) Dixon y un hombre de mediana edad
estaban sentados en un reservado en el fondo de una peque�a cafeter�a en el
barrio industrial de Alexandria. Mick era un chico aborigen, de unos quince
a�os. Ten�a marcas de pinchazos en los brazos.
-
�Entonces? � pregunt�.
El hombre encendi� un
cigarrillo y mir� a los dos j�venes que acababan de entrar en el local. Se
sentaron en la barra, y uno de ellos dirigi� una mirada fugaz al reservado. El
hombre se llamaba Dell.
-��Entonces!?
Dell llen� el aire
entre ellos con una bocanada de humo. � Venga chaval, tranquilo. Ya tendr�s
tiempo para los nervios despu�s. Ahora, escucha: te metes en un ascensor y
sales en cualquier planta. Luego, vas por el pasillo �a derecha o izquierda, da
igual- y te encontrar�s una salida de emergencia. Hay dos en cada planta, �me
sigues?
Dixon empez� a morderse
el pulgar. Dell sigui� hablando:
- El edificio tiene
seis plantas, con dos salidas de emergencia en cada una. Eso quiere decir que
tienes que atragantar doce puertas para poder entrar en todas las oficinas.
- �Atragantar? �Qu�
co�o significa eso?
Dell expuls� otra
bocanada de humo, e hizo un gesto con la cabeza al joven en la barra.
- Significa que vas a ir metiendo cosas en las cerraduras
para que no se corra el pestillo al cerrarse la puerta. Y entonces podr�s
volver a entrar m�s tarde por la escalera. Sin palanquetas, sin ruido, sin
marcas.
Dell se puso de pie y se acerc� al mostrador. Habl�
un momento con los muchachos y luego se dieron la mano. Mientras Dell volv�a al
reservado, pagaron y se fueron los dos.
Dixon le esperaba con la frente arrugada. - �Qu�
uso para llenarlas?
- Papel higi�nico
- �Y d�nde hostias lo consigo?
Dell mir� al muchacho tristemente y dio despu�s un
leve suspiro:
- En cada planta hay
un ba�o al lado de los ascensores. Todos tienen papel, as� que te coges un buen
pu�ado, lo pones bajo el grifo un momento y lo amasas bien, y listo. �Vale?
Dixon mir� hacia
arriba, sacando los n�meros.
- Doce puertas. Cago
en la puta, me va a llevar el d�a entero.
- S�lo si lo haces
bien, chico � ironiz� Dell entre dientes. Encendi� otro cigarrillo y contempl�
como Dixon volv�a a comerse los dedos.
Los dos
permanecieron callados un minuto. Dell levant� un dedo, se�alando que le
trajeran m�s caf�.
- Alguien va a
verme, fijo.
- �Y qu�?
- Pues van a
preguntarme qu� demonios estoy haciendo. No trabajo all�.
- Pero claro que s�.
� Por primera vez, Dell sonri�.
- �S�? �En qu�?
- En lo que sea.
Vete a San Vicente de Paul y diles que vas a por un curro. P�deles chaqueta y
pantal�n,� para estar chulo para tu
entrevistita. Y de vuelta te pasas por la librer�a y te birlas unas carpetas
para llevar debajo del brazo.
Dixon apoy� los dos
codos en la mesa, y la cabeza en las dos manos. � Caoendiooosss � dijo.
A Dell le trajeron
el caf�.
Dixon mir� a su
compa�ero: - �No podr�as dejarme algo ahora?
- �Y cu�ndo me has
visto t� regalar jaco?
- Pues... Cuando te
conoc�.
- Puede. Pero ahora
somos amigos, y las cosas ya no funcionan as�.
Dell se levant� de
la mesa, y sali� por la puerta trasera al patio donde estaba el ba�o. Un
hombrecito con pelo grasiento se levant� del reservado al lado y fue en pos de
�l.
- �Hombre, Mick!
Dixon mir� a la
silueta recortada contra la puerta de la calle. Foley. Llevaba dos meses en la
ciudad. Ten�a catorce a�os. Otro del campo.
- Hola Foley, qu�
hay.
El muchacho se
acerc� y se sent� en el sitio que hab�a ocupado Dell.
- Est�s con Dell? �
pregunt�.
- S�.
- �Tienes dinero?
- No.
La mirada afilada
del chico recorri� el lugar, mesa por mesa.
- �C�mo vas a
pagarle?
- Dice que va a
dejarme algo si le limpio algunas oficinas esta noche.
Foley sonri�,
mostrando unos dientes blancos y brillantes.
- Yo tambi�n se lo
hice una vez. Me met� en unas oficinas con cubo y trapos, y les iba diciendo a
todos que era el limpiador. � Se ri�.
- �Y nadie te dijo
nada?
- Casi nadie. Apenas
me hicieron caso. A la hora de comer todo les da por ah�: eso me dijo Dell.
- �Te levantastes
algo? � Quiso saber Dixon, irgui�ndose un poco en su asiento.
- Un bolso de mujer,
dos m�viles y una cartera que pill� de un malet�n. Ech� todo en el cubo y lo
tap� con los trapos. Entre entrar y salir estuve quince minutos. Fue llegar y
besar el santo. � De nuevo la sonrisa, el brillo de los dientes n�veos: � Hab�a
trescientos pavos en la cartera, chaval... �Toma ya!
Regres� Dell del
ba�o, y se qued� mirando a Foley.
- �Has venido a
verme? - Pregunt�. El hombrecillo de pelo grasiento pas� a sus espaldas y se
desliz� de nuevo en el otro reservado.
- No, amigo, hoy no...
Hala, Mick, nos vemos. � Y el muchacho sali� como una exhalaci�n, perdi�ndose
dentro de la luz cegadora que reverberaba fuera, en la calle.
Dell volvi� a
sentarse y encendi� otro cigarrillo. Distra�do, daba suaves golpecitos con el
dedo sobre� la mesa.
El
Plan, 2� fase
- Qu�date en el edificio hasta que se hayan ido
todos. Luego vete recogiendo las cosas. No uses los ascensores. Empiezas en la
planta superior y te vienes bajando por las escaleras. M�tete �nicamente en las
oficinas abiertas; aseg�rate de tener tus carpetas bajo el brazo. Busca
ordenadores port�tiles y celulares, y si ves alg�n bolso de cuero negro, �chale
un vistazo tambi�n. Habr� dinero en efectivo, pero siempre es dif�cil
encontrarlo: mira en las oficinas con una sola mesa y muchos archivadores. Si
los ordenadores est�n enchufados, arranca los cables.
Dixon estaba r�gido
en su asiento, concentr�ndose intensamente.
- Y si te ve
alguien, dile que has venido a comprobar el trabajo de los limpiadores.
Inv�ntate algo. No dejes que te pillen con nada en la mano. � Dell hizo una
pausa. � Luego te vas como si nada. Al lado de los ba�os en cada planta hay una
sala de controles para el aire acondicionado, est�n todas siempre abiertas. Pon
todo lo que encuentres all�. Cuando termines una planta, lleva todo a la
escalera y b�jate a la siguiente. La �ltima puerta abre a la calle.
Termin� de hablar.
En el cenicero hab�a un tubito gris. Era todo lo que quedaba del cigarrillo de
Dell, olvidado durante su explicaci�n. Qued� a la espera de la reacci�n del
chico.
- Pues voy a
necesitar un coche, entonces... � dijo Dixon lentamente, estudiando los dedos
mordidos.
Dell asinti� con la
cabeza: - �lo puedes organizar?
- S�.
- Lo aparcas por ah�
cerca, y cuando termines lo traes y metes todo, �vale?
El muchacho se qued�
inm�vil, pensativo. � Pero... Tendr� que cruzar la acera con las cosas para
meterlas en el coche, �verdad?
- No conozco otra
manera de hacerlo.
- Mierda-. Hac�a
calor, pero el chico tiritaba ligeramente.
Dell se recost� en
su asiento y sonri�. � Hay que hacerlo esta noche, hijo. No creo que ma�ana
est�s en condiciones.
Comisar�a
de North Sidney, 22.45 horas.
Dixon estaba sentado
muy quieto en el banco de acero, dentro de la celda de vigilancia con paredes
de cristal reforzado. Estaba mirando la tinta azul que todav�a manchaba sus
dedos temblorosos. No le hab�an dejado un trapo tras tomarle las huellas.
Dos enormes gotas de
sangre se cayeron de su nariz y dieron a parar en la solapa de su americana de
a cuadros. El mono no hab�a hecho m�s que empezar, pero ya rabiaba, casi
chillaba, contra la falta de hero�na.
El inspector Winter
pos� una amplia nalga sobre su mesa, mientras hablaba con los dos agentes que
hab�an detenido a Dixon un par de horas antes.
- Tendremos que
soltarle � dijo uno.
- �Pero qu� dices! �
exclam� Winter.
- Estaba limpio,
cuando le hemos trincado estaba saliendo del portal.
Winter arroj� una
carpeta sobre la mesa.
- �Y que pasa con
todo el g�nero que ten�a escondido detr�s de la puerta de emergencia?
- �Alguna vez has
intentado levantar una huella de una bolsa de lona? Olv�dalo. Y las dos
id�nticas, eh... Ya sabes, t�pica porquer�a hecha en China. Las habr� mangado
tambi�n, antes de entrar.
Winter se alej� de
la mesa y se qued� mirando por la ventana.
- Pero esa mujer, la
comunicante... �le ha visto all� mismo en su oficina!
El polic�a consult�
su libreta, pasando las hojas r�pidamente.
- Ha dicho que le ha
visto cerca de los ascensores... Un lugar p�blico. Ni siquiera una multa por
entrada no autorizada. Habr� que soltarle. Tendr�s que contentarte con ese par
de hostias que le has propinado.
-
�La puta que le pari�! � grit� Winter, y sali� rematando la blasfemia con un
sonoro portazo.
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Traducci�n y notas �V. Stevenson 2002.
T�tulo original Getting in and Getting out, � P.L. Bowes, 2000.
De la collecci�n Larry Stories, publicada en http://www.realsurf.com/larry